“LOVA era alegre, pero también terriblemente taciturna; reflexiva, pero con grandes momentos de arrojo y locura; era tierna, pero podía partirte la cara si la situación lo merecía; pero sobre todo LOVA era una dominatriz de renombre que, sin embargo, era el alter ego de María de los Ángeles Gutiérrez, una chica virginal que ejercía de secretaria en una empresa de tratamiento de residuos (también cuando empezó su aventura de dominatriz pensó que trataría con residuos, aunque se equivocó).”
Leyendo aquel párrafo desde la lejanía que me daba la tercera persona decidí que la única palabra que podría utilizar para continuar mi novela era: contradictoria. Desde que LOVA apareció en mi vida todo se puso tremendamente interesante y divertido, de esa forma que sólo las contradicciones consiguen complicarte la vida.
Las paradojas e ironías formaban parte de lo que era, ya no sólo como LOVA, también con Mariángeles, y sobre todo, en la conjunción de ambas en un mismo cuerpo que sufría las consecuencias de este desdoblamiento. Que corría de aquí para allá tratando de cumplir con las obligaciones de ambas facetas, perdiendo horas de sueño, pero ganando en momentos de clímax.
Estaba desesperada repasando aquel maravilloso enredo que quería desenmarañar para poder contarlo de una forma inteligible cuando pensé ¡mierda Mariángeles (mi yo profundo conservaba el nombre que me dio mi madre)! Empieza por lo sencillo, explica el porqué del nombre, y luego ya las historias vendrán solas. Parecía un afrenta fácil, pero acabó por ser todo un autoanálisis freudiano de porqué había elegido aquel nombre que se había convertido, además, en el único tatuaje que marcó mi piel. Hasta entonces no me había parado a pensar en la cantidad de cosas que aquella palabra representaba de manera inconsciente para mí, o quizá, me estaba poniendo neurótica otra vez, pero mi novela no podía continuar sin incluir toda esta reflexión:
“No era casualidad que LOVA fuera una especie de error ortográfico, dentro de ella, aullaba esa loba que toda mujer deja ver más o menos dependiendo de la fuerza y las necesidades de las circunstancias, y en su caso, llevaba tanto tiempo con el bozal puesto que cuando se liberó lo hizo así con mayúsculas, desatando toda la energía que ella misma había tratado de silenciar durante años. Pero también su nombre entrañaba una contradicción, como toda ella, LOVA era una aproximación fonética (algo cutre y negrata) a lover en inglés; y es que, al fin y al cabo, dentro de todo este desparpajo y ostentación de seguridad quedaban resquicios de la “ternura” de Mariángeles que ponía toques de “amor” en todo lo que hacía. Las contradicciones podían leerse incluso en una simple palabra de cuatro letras.”