Iba a titular este artículo con el título: “De aquella vez que exploré mi punto G” pero no sería del todo adecuado, debería llamarse algo más como: “De aquella vez que sucumbí a las presiones sociales y freudianas y descubrí que eran una mierda”. ¡Oye! Que para gustos los colores, sabores y olores en esto del sexo, pero personalmente la séptima letra del alfabeto me decepcionó mucho como punto adorado.
De nunca había disfrutado de los placeres de esta zona erógena en mis relaciones sexuales, y teniendo el clítoris “tan a mano” (broma mala), tampoco me había planteado estimulármelo por mí misma, pero después de estudiarlo en el master y con el cerebro ya taladrado por la maldita moda del correrse “como Dios manda” decidí que había que darle una oportunidad, quizá la culpa la tuvieran mis compañeros sexuales, y al fin y al cabo, nadie se toca como una misma.
Aprendí la teoría: primer piso en la ventana, miré algún que otro vídeo y consulté a mis congéneres femeninas; estaba todo preparado, sólo faltaba ponerse “manos a la obra” (#elhumor). Tal y como me habían recomendado, empecé por una estimulación exterior para hacer que las famosas glándulas se excitaran un poco y fuera más fácil localizarlas. En este punto yo pensé: ¿para qué complicarme buscando cosas escondidas si ya tengo todo lo que necesito aquí en mis manos? Pero la curiosidad mató al gato y a mi orgasmo clitorial.
Es cierto que, con un poco de atención, no es difícil localizar esa parte de la vagina que es algo más rugosa y que aporta sensaciones de placer, también es cierto, que el morbo de estar descubriendo nuevas zonas de mi cuerpo ayudó mucho a mi excitación, y, para terminar, es cierto, que tras un poco de estimulación viendo porno, acabé por correrme; lo que no puedo decir es que fuera el mejor orgasmo de mi vida. Tanto revuelo con el dichoso punto, tanta tinta derramada diciéndonos a las mujeres que es la mejor forma de correrse (física y moralmente) y al final me dejó totalmente fría.
Repito que, para estos de los orgasmos cada uno tiene sus experiencias y preferencias, pero desde mi punto de vista, la zona no merece la atención que históricamente (y aún hoy) se le ofrece. Además, creo que, en muchos casos, sigue estando relacionado con toda esa teoría que se cimienta en la pasividad sexual de las mujeres, nuestra dominación y nuestra inferioridad e infantilidad con respecto al sexo masculino.
Mi clítoris sigue siendo el campeón como parte del cuerpo “proporcionadora” de placer, y aun que fue una experiencia bonita por la magia que tiene la autoexploración, mis atenciones y sensaciones siguen estando más centradas en mi único órgano con 8.000 terminaciones nerviosas; eso sí, nada es desdeñable y es un buen fichaje para la técnica del apuntalamiento.
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