Me gustaría escribir que al día siguiente me levanté estupenda, como las tías de las películas, que se despiertan maquilladas, despeinadas sólo para parecer más sexy y con la sábana tapando exactamente lo que deben, pero la realidad se encargó de hacer lo que mejor sabe hacer: ser sincera y cruel.
“Me desperté mareada, con dolor de cabeza y ganas de vomitar, intentando ubicar quien me acompañaba en mi cama y con una teta asomando por la sisa de mi camiseta. Pagué el precio de verme en el espejo que tenía en frente para relajarme y descubrir que era Sore quien tenía una pierna por encima de las mías y recordé que ni su borrachera ni su sentido de la responsabilidad le habían permitido dejarme dormir sola.
Justo cuando pensaba si de verdad merecía la pena seguir respirando y mirando aquella escena tan pintoresca ella se giró dejando sus labios a escasos centímetros de los míos. LOVA volvía a tomar el control y a hacer nula aquella distancia que me separaba de besar a mi mejor amiga”
¿Debería contar en mi novela todas las veces en las que Sorella había intentado sin éxito que eso pasar? ¿era relevante para la historia contar que mi mejor amiga siempre proponía abiertamente el sexo lésbico como manera de superar los desamores, desengaños o los malos días? Aunque fuera la aparición de LOVA la que había propiciado que aquello pasara poco tenía que ver con su faceta como dominatriz profesional y no quería hacer daño a mi amiga contando las numerosas cobras físicas y emocionales con la que la había castigado a lo largo de los años, aunque formaba parte de mi historia, preferí anteponer el bienestar de quien tanto me había cuidado siempre de forma incondicional.
“Aquel beso pareció despertarla sólo a medias, sus manos comenzaron a moverse, pero sus ojos permanecían cerrados y sus sabios toqueteos eran tan lentos que empezó a crecer en mí una tensión que nunca había experimentado. Mi desvirgamiento lésbico me descubrió el maravilloso arte de hacerse esperar. Yo tenía en mi lógica sexual aprendida la urgencia y la pasión que los hombres me habían enseñado que era el sexo, pero la primera y única mujer que me folló me descubrió los placeres que se experimentan cuando desaparece la prisa y aparecen otras cosas, cuando la piel se estimula centímetro a centímetro, cuando las manos y las lenguas se confunden en dibujos corporales abstractos, y cuando los orgasmos no tienen marcados un lugar ni un número.”
También decidí obviar en mi relato la conversación posterior a aquel innovador encuentro sexual, en el que Sore y yo casi no podíamos mirarnos a los ojos después de habernos devorado literalmente con ellos, y que afortunadamente, acabó con un abrazo que fortaleció nuestra amistad. Pero hasta llegar a aquel punto nos dijimos cosas muy hirientes, nos acusamos la una a la otra de violación y me gritó que me follara de una vez a César y dejara de fingir que era una mojigata puesto que la acaba de demostrar que en realidad era una auténtica cerda. Aquella frase fue la que más me marcó, no porque fuera la que más me doliera, sino porque sabía que tenía razón. Tras el abrazo y la despedida de mi amiga cerré una cita para aquella misma noche con el susodicho, puesto que ya había sido un día de estrenos sexuales había que aprovechar el tirón.