Todos sabemos, o deberíamos saber, de los placeres que el sexo anal puede ofrecernos cuando se hace correctamente. Socialmente está inevitablemente asociado a las mujeres heterosexuales y los hombres gays, pero parece ser un terreno infranqueable para los hombres heterosexuales, quizá por la asociación tan enorme con el mundo gay y su rechazo.
Pero esta tendencia está cambiando. Cada vez encontramos un número mayor de hombres que son conscientes de que su puerta de atrás les puede ofrecer sensaciones maravillosas. En mi experiencia, he descubierto que, por norma general, los hombres que no tienen miedo a los límites anales, suelen ser mejores compañeros de cama. Quizá, porque un chico hetero que disfruta cuando lames su ano o que se masturba añadiendo un dedo trasero a sus frotamientos peneales, es alguien que ha dejado de lado las imposiciones sociales y tiene claro que el cuerpo no es más que un elemento para el placer en todos los sentidos.
Siempre cuento orgullosa aquella vez que le regalé a uno de mis ex una copia de mi juguete sexual favorito (un estimulador clitorial) y cómo desde ese día lo usábamos a diario en nuestras sesiones solitarias (y por supuesto, también en las conjuntas). Es maravilloso poder compartir experiencias y trucos sobre tus “cacharritos” con tu pareja y saber que cuando vayas a introducir un dedo en su culo mientras le regalas una mamada, no habrá ningún problema porque él ya ha hecho la misma operación unas horas antes en su casa.
Mantengo recuerdos imborrables de todas y cada una de las veces que un hombre se ha abierto el culo para mí y de la sensación que produce notar las contracciones anales orgásmicas en tus propias manos. Al menos desde mi punto de vista, es algo que no se puede desdeñar sólo por los esquemas sociales. Últimamente he vuelto a disfrutar de todo eso que puede ofrecer el culo de un amante, y estoy cachonda mental y físicamente todo el día sólo de pensarlo.
Y es que está claro que las barreras construidas en torno a lo anal están cimentadas en nuestra sociedad y nuestras bases judeo-cristianas, donde el sexo sólo es concebido para concebir, valga la redundancia. Dado este esquema, lo anal deja de tener sentido, ya que no se realiza más que por puro placer. La concepción y procreación no entran en el juego.
Sin embargo, en contra de lo que está extendido, Dios no castigó al pueblo de Sodoma (de ahí el término “sodomía”) por sus costumbres sodomitas. De hecho llevaban siglos practicándolas cuando “el todopoderoso” la tomó con ellos. Si leemos literalmente la Biblia, descubrimos que la sanción divina se impuso porque los sodomitas no se comportaron como buenos anfitriones ante la llegada de un extranjero. Ni siquiera con los textos sagrados en la mano tendría sentido renunciar a nuestra analidad.
El ejemplo más conocido es el de la sodomía griega (de ahí que se llame “griego” a la penetración anal). Todo buen patricio tenía un amante con el que practicar el noble arte del placer anal y lejos de ser visto como algo desviado (como desgraciadamente ocurre hoy en día) era una práctica de empoderamiento y estatus social. ¿No deja esto claro que la sociedad es la que marca las prácticas sexuales adecuadas y desvaloriza las demás?
Casi todas las poblaciones que llamamos “primitivas” adoptan ante la sexualidad una actitud desprovista de las inhibiciones que en occidente podrían causar gran incomodidad. Por ejemplo: en los ritos de iniciación de los Keraki de Nueva Guinea, cada muchacho es iniciado por los hombres adultos en el procedimiento del coito anal; y después de haber representado el papel receptivo durante un año, estos jóvenes pasan el resto de su soltería teniendo relaciones sexuales anales con los nuevos iniciados (puedes encontrar más prácticas sexuales interesantes en Geosalud). Estas comparaciones transculturales nos hacen reafirmarnos en la idea de que en ocasiones no disfrutamos de nuestra sexualidad completamente por las imposiciones normativas de la sociedad. El caso del sexo anal masculino y heterosexual que nos ocupa es un muy buen ejemplo de ello.
Podríamos extender esta reflexión a las identidades sexuales, de género y el discurso dicotómico y médico, analizando como “los estereotipos y los roles marcados por la sociedad delinean los hábitos de los adolescentes en función de su género. Las conductas entre chicos y chicas varían en este contexto, puesto que cada género se rige por lo que se espera de ellos” pero sería extendernos demasiado.