Me desperté con la sensación de que mi cama había encogido, mis pies colgaban al final del colchón, estaba incómoda, pero me sentía poderosa. Al ponerme de pie, me di cuenta de que la perspectiva con 30cm más de altura es totalmente diferente, el suelo está muy lejos (aunque me sentía lo suficientemente ágil como para llegar a él sin problemas), las cosas tienen una forma muy distintas vistas desde arriba, y los estantes altos ya no parecen sitios donde acumular las cosas que menos usas.
Una vez acostumbrada (seguía siendo una mujer aunque estuviera metida en aquel alto y esbelto cuerpo masculino) a la nueva perspectiva, hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar, me miré la polla, ¿cuántas veces hemos imaginado como sería el miembro de nuestros amigos consciente o inconscientemente? Ahora tenía la oportunidad de desvelar uno de los misterios, y debo admitir, que se aproximaba bastante a la imagen que había formado en mi cabeza de esa oculta parte. Una vez calmada esa incertidumbre tenía una misión, golpear el máximo de cosas posibles con ella. En mi cuerpo femenino, siempre había soñado con esa sensación de poder que debía darte usar tus genitales como mazo de autoridad y dominio, y ¡vamos si lo hice!
Pasé gran parte de la mañana experimentando las sensaciones de autoridad que te otorgaba tener una polla propia, tiraba del resto del cuerpo para desplazarme, me obligaba a tocarla hacia un lado y otro y se apoderaba de toda mi atención. Descubrí que es mucho menos débil de lo que me esperaba, podía golpear superficies con gran fuerza sin hacerme daño y era capaz de hacerla adoptar formas que siempre había imaginado dolorosas, ¡qué divertido!
Por supuesto, el siguiente paso fue ver si me satisfacía la experiencia sexual onanista. Ni si quiera necesité porno para excitarme, las nuevas sensaciones que experimentaba en este cuerpo eran suficientes para pasar horas tocándome y experimentando. Aunque la experiencia orgásmica fue bastante decepcionante, acostumbrada a la electricidad y energía recorriendo e inundando mi cuerpo, aquella sensación de simple calor y que algo se salía de mí, paradójicamente, me dejó un poco fría. A pesar de todo, descubrí puntos y sensaciones de los que ninguno de mis amantes o amigos me habían hablado, el cuerpo masculino tenía más que ofrecer de lo que pensaba, lo tendría muy en cuenta en el futuro.
Con toda esta nueva información, abrí Tinder y utilicé mi dilatada experiencia como conquistada para convencer a una preciosa pelirroja de quedar esa misma tarde “para tomar un café”. Siempre me había puesto nerviosa al quedar con un desconocido, pero descubrí, que siendo un hombre la cosa cambia, sabía que la biología estaba a mi favor, y como tampoco sabía el tiempo que iba a disfrutar de aquel mágico cambio de género iba a por todas.
Me ahorro los detalles del café y el coqueteo para contaros la increíble sensación de hundir tu cara en un coño abierto y chorreante. Penetrar tenía su encanto, pero me enamoré de las sensaciones de que alguien se corriera con semejante pasión en tu cara. Desencantada como estaba con los orgasmos de mi nuevo cuerpo, me centré en los suyos, en menos de media hora ya era una adicta a ver y sentir sus contracciones y flujos en cada parte de mi cuerpo. La tarde se hizo noche y la noche mañana, y yo aún no había podido despegarme de ella ni de su placer, ¡qué reacciones tan grotescas y a la vez tan bellas adopta el cuerpo femenino cuando encadena un clímax tras otro!
Supongo que para ella también fue una experiencia tan mágica como para mí, ya que hoy, cuando mi cuerpo ha vuelto a ser el de siempre, me ha escrito pidiéndome por favor más de lo de ayer y yo quiero dárselo, me muero por hacerlo, pero tengo que decidir como contarle que ahora también quiero que ella me coma el coño.